un feminismo donde entren muchos feminismos

Juliana Arens

El #8M recorre el mundo y ahí vamos. Siguiendo la estela del paro más grande del mundo decidimos contactarnos con amigues viajeres, residentes y habitantes en distintas latitudes para hacer públicas sus experiencias. Juliana y Evelina cuentan cómo vivieron el Primer Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan en México junto a las compañeras zapatistas.

Del 7 al 11 de marzo más de 5 mil mujeres de más de 38 países nos reunimos con 2 mil compañeras zapatistas en las montañas del sureste mexicano a celebrar el Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan.  

A varios días del cierre de este primer encuentro, es difícil ordenar las palabras, estructurar una crónica, compartir lo vivido. La experiencia nos rebasa y, aunque las busquemos, pareciera que las palabras no alcanzan.

Deberíamos contar el torneo de fútbol femenino donde la árbitro es una mujer zapatista, trotando detrás de la jugada, usando su vestido y su pasamontañas, cargando en brazos a una niña. Deberíamos contar la dinámica teatral en la que una mujer muy alta y muy rubia, rapada su cabeza, con los ojos cerrados buscaba con movimientos muy pausados, tocar la piel de una mujer bajo su pasamontañas. Deberíamos contar la manada de mujeres que lloraban frente al discurso de la Comandanta Miriam y, unos minutos después, hacían pogo eufóricamente mientras sonaban las rancheras feministas de las mujeres del EZLN.

Guatemaltecas, rusas, argentinas (muchas), gringas, italianas, brasileras, indígenas, del MST, aborteras, lesbianas, morenas, güeras, en español, en tzotzil, en inglés, en mapudungun, luchadoras, luchadoras, luchadoras, luchadoras, luchadoras. Todas, sus puños en alto, reunidas para festejarnos, para acordar cómo seguir, para defender la vida.

“Lo que vemos, hermanas y compañeras, es que nos están matando. Y que nos matan porque somos mujeres. (…) Bueno, aquí estamos como un bosque o como un monte. Todas somos mujeres. Pero lo sabemos que hay de diferentes colores, tamaños, lenguas, culturas, profesiones, pensamientos y formas de lucha. Pero decimos que somos mujeres y además que somos mujeres que luchan. Entonces somos diferentes pero somos iguales” (Palabras a nombre de las Mujeres Zapatistas al inicio del Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan).

Las mujeres zapatistas saben muy bien que “defender la vida” no es un eslogan vacío. Reconocer que lo que nos une es el peligro de muerte y que la lucha se convierte en sinónimo de vida, significa todas las veces un espasmo en nuestras cuerpas, una bronca que lo invade todo y un puño bien en alto.  


un encuentro de mujeres


Desde nuestra trayectoria política, como militantes del movimiento de mujeres argentino, conocemos la potencia de los encuentros de mujeres. Existe una fuerza intrínseca en el hecho de compartir cuatro días consecutivos, donde disponemos de espacios de debate y reflexión, y donde está vedado el ingreso de varones.

Esta potencia no radica sólo en la posibilidad de rosquear poder popular 96 horas seguidas, sino en que hay algo que sucede a nivel de nuestras cuerpas, que tiene que ver con la libertad y, por ende, con la alegría. El primer día no solemos notarlo del todo, pero luego la piel la bronceamos, la dibujamos, la pintamos, las cuerpas bailan, se abrazan, se erotizan. Desde ya, también hacemos catarsis y brota el llanto y la bronca que quizás se acumulaban desde hacía tiempo.

Si tuviéramos que elegir aquellas palabras que definen cómo volvimos, nosotras diríamos: firmes, protegidas, defendidas, seguras. En un contexto donde las mujeres solemos vivir con miedo, sentir seguridad es, sin dudas, revolucionario.

Ese encuentro de mujeres, esta vez, lo vivimos en territorio zapatista, ahí donde el pueblo manda y el gobierno obedece, y con compañeras de todas partes del mundo. Las dimensiones políticas del encuentro, por sí solo, son inmensas.


nuestras anfitrionas


El Encuentro era por, para y desde nosotras. Mujeres, casi ocho mil se dice, focalizando su energía allí para que las dificultades que sortear fueran mínimas y el nutrirnos entre nosotras fuera el baluarte y la razón por la que estar en medio de los verdes chiapanecos.

Es difícil encontrar palabras que logren describir la labor de las zapatistas y hasta nos sentimos pobres si sólo hacemos referencia a ellas como anfitrionas. Pensaron en todo; en el antes, el durante y el después, porque en más de una ocasión rescataron la importancia de aquellos comentarios que fueron leyendo o escuchando en relación al devenir del encuentro y el deseo de tomarlos para masticarlos entre todas y que eso sirva para seguir caminando.  

Visitar un caracol zapatista se hace cuerpo; es traducción de aquello que atraviesa su lucha y su cotidiano; es atravesar un mundo que no le teme al arte y al color como portavoces para gritar muy fuerte que este mundo capitalista y patriarcal no es el que se desea; es sentir en el propio cuerpo el deseo y el trabajo por ser iguales y que los ojos sean los que denoten sentires. El Caracol de Morelia tenía decenas de murales pintados exclusivamente para este encuentro; había además sutiles pero necesarias estructuras de madera techadas con nylon debajo de las cuales guarecernos del sol del mediodía y la fresca nocturna. Los fuegos ardían bajo ollas con agua caliente, café y elotes; las tortillas escaseaban sólo por minutos porque siempre alguna se encargaba de esquivar la cola de mujeres para resolver la falta y seguir generando alimento. Nunca faltó agua purificada; nunca faltó agua en las cubetas para los inodoros así como tampoco bolsas donde tirar los desechos. Nunca faltó una zapatista intentando solucionar alguna dificultad con el sonido sobre el escenario así como tampoco faltaron las compañeras de Tres Tercios registrando audiovisualmente todo lo que allí acontecía.

Y no es que en todo esto ya contaban con experiencia, no. Se debió aprender sobre la marcha porque fue el Primer Encuentro y así, una vez más, el ejemplo fue un hecho: se propusieron recibir a mujeres del mundo y allí las esperaban con el ferviente deseo no sólo de hacer de su hogar ese hogar transitorio, sino convertir ese espacio en ese mundo donde quepan tantos otros mundos.

Los talleres fueron tan variados que enumerarlos parece una tarea infinita: desde procesos intensos para profundizar aún más la confianza y la inhibición entre nosotras, desdibujando esas barreras tan sedimentadas aún entre nuestras cuerpas, hasta charlas sobre la situación de organizaciones feministas hondureñas pre y pos asesinato de Berta Cáceres. Desde talleres sobre cómo fabricar toallas femeninas ecológicas, hasta cómo crear nuestros propios mapeos del cuerpo e incluso cómo crear un GIF que nos permita multiplicar ejemplos, conciencias, luchas. Y no faltaron la música, las payasadas, la poesía, los rituales al alba, la batucada improvisada y el paseo por los paños de las compas que allí también quisieron compartir sus trabajos, y así hacer crecer el trabajo autogestivo para que eso devenga en un recuerdo más de este Encuentro.


la palabra colectiva


“Mi nombre es Insurgenta Erika, que así nos llamamos las insurgentas cuando no hablamos de individual sino de colectivo. Soy Capitana Insurgente de Infantería y me acompañan otras compañeras insurgentas y milicianas de diferentes grados. (…) Nuestra palabra es colectiva, por eso están aquí conmigo mis compañeras. A mí me toca leer, pero esta palabra la acordamos en colectivo con todas las compañeras que son organizadoras y coordinadoras en este encuentro” (Palabras a nombre de las Mujeres Zapatistas al inicio del Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan).

El primer día del encuentro, viernes 9 de marzo, las mujeres zapatistas hicieron una serie de representaciones donde compartieron el lugar de las mujeres en el EZLN. Narraron cómo fueron exclusivas en un primer momento, cómo empezaron a ocupar cargos de mandos y cómo hoy participan en toda la vida comunitaria. Cabe recordar que el movimiento fue uno de los pioneros en cuestionar la realidad de las mujeres al sancionar la Ley Revolucionaria de las Mujeres, conocida un mes antes del alzamiento del 1 de enero de 1994.  

Pero la voz colectiva no sólo tiene que ver con la palabra, sino con crear desde la diversidad códigos comunes que nos permitan avanzar en este camino de entendimiento, de diálogo, de hermandad. La utopía zapatista hoy vibra en nosotras: crear un feminismo donde entren muchos feminismos. Camino que nos quiere y necesita unidas y del que sólo nosotras somos sus artífices. Camino-mundo donde quepan muchos otros, donde las voces se alcen en común unión y donde basten miradas para sabernos alerta, firmes y libres.

Toda la experiencia ha pasado por nuestras cuerpas y en este momento las ideas florecen en nuestra mente y en nuestro corazón, en un estado tal de ebullición constante que se hace difícil construir conclusiones finales.

¡Qué vivan las mujeres zapatistas, que vivan las mujeres del mundo que luchan, qué vivan cada una de nuestras banderas! ¡Qué muera para siempre el sistema patriarcal!

“Y tal vez, cuando les pregunten cuál fue el acuerdo, ustedes digan: “Acordamos vivir, y como para nosotras vivir es luchar, pues acordamos luchar cada quien según su modo, su lugar y su tiempo”” (Palabras a nombre de las Mujeres Zapatistas al inicio del Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan).



                            
                    

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