volver a la tribu utupya

Natalia Lorenzo

El número #03 sobre “arte y marte” dejó muchos interrogantes abiertos sobre otros mundos posibles e imaginarios de utopías. Nos enteramos de la muestra Utupya del colectivo Opavivara! en Río de Janeiro y pedimos ayuda boba carioca. Natalia pasó por la muestra y nos devuelve su mirada.

“El Caboco Capiroba” gustaba comer holandeses. Al principio no hacía diferencia entre holandeses y cualquier otro extraño que apareciera en circunstancias propicias”
Vera Cruz de Itaparica, 20 de Diciembre de 1647.
De la obra “Viva o Povo Brasileiro” de João Ubaldo Ribeiro.

Con forma de pies, rostros, manos y genitales de variados colores y sabores, los “Tupycolés” se venden por 5 reales en la puerta de Utupya. Como un recuerdo de aquel caboco, estos exquisitos picolés (helados de palito) al estilo Tupí se hacen agua en la boca. Un elogio a la antropofagia y un convite para devorarse la muestra, ¿qué muestra?
Todo acontece en una esquina tradicional de Río de Janeiro, pleno centro comercial donde conviven los chinos y sus chirimbolos electrónicos con las prostitutas y sus cuartitos con camas redondas. Callejuelas por las que no pasó el maquillaje recargado que los Juegos Olímpicos le dieron a la ciudad en 2016. Por el contrario, están ahí como son, ruidosas, sucias y concurridas por un sinfín de personas. La muestra, ¿qué muestra? Los trabajos de Opavivará! se distribuyen en los dos caserones próximos que conforman el espacio de exhibición de A Gentil Carioca hasta perderse entre la multitud reunida en la calle. A tal punto se funden que el observador/participante/muestra no sabe dónde termina la obra y comienza la realidad, ¿puro juego de espejos?
En el primer piso del caserón principal del Centro Cultural, está a disposición del gentío siestero la obra Red Social, compuesta por varias hamacas paraguayas (en portugués: redes). Se encuentran cosidas unas a las otras y componen una enorme red capaz de albergar a una tribu. ¡Acostarse en ella después del almuerzo es un lujo para muchos! Acostarse, revolcarse, despatarrarse.
Bajando la escalera y llegando a la calle el observador/participante/muestra puede dar un paseo en un vehículo singular. Una piragua motorizada que recorre las calles superpobladas pidiendo permiso a los gritos, abriéndose paso con verdaderos remos reforzados con goma de neumáticos. La marea humana, sumada a la precariedad del navío, hacen del viaje una experiencia emocionante.
Después del tumultuoso paseo no viene nada mal un baño en plena calle. En medio de los vendedores de cerveza –que se amuchan en la esquina con sus conservadoras de tergopol– puede el espectador/antropófago/muestra darse un baño de hierbas en un artefacto móvil. Dentro de un carrito ambulante se encuentran instaladas, por un lado, palanganas y regaderas y, por otro, disponibles para su uso, tradicionales ramos de hierbas perfumadas –como capim limão, erva cidreira y arruda– que se utilizan en los ritos de candomblé y umbanda. Cuando pasé había varios muchachos en sunga haciendo fila para mojarse.
El baño revitaliza el cuerpo y deja al espectador/caboco/muestra listo para la fiesta que se desarrolla en el otro caserón de la misma esquina. Luego de subir una larga escalera se ingresa a una habitación cubierta con esteras de hoja de bananera, luces de boliche y músicas bien animadas. Tecno brega (música popular típica del norte brasileño), pagode y funk hacen parte del playlist bullanguero que sale de una diminuta cajita de sonido comprada en alguno de los comercios chinos de los alrededores (dejo un poco de música para que escuchen mientras leen).

En las paredes del salón de fiestas hay tocadores con espejos, pinceles y frasquitos de pintura natural, hecha con genipapo y cenizas, elementos de uso típico de los pueblos indígenas. Una incitación forzada a soltar el indio moviliza al observador/participante/antropófago.
Y la muestra, ¿qué muestra? o mejor ¿porqué no salir a fumar? Después de todo, al final en una fiesta popular siempre se encuentra una pareja comestible. Nada mejor para los participantes/antropofagos/fumantes que la obra Isto é um cachimbo (Esto es una pipa), compuesta de varias pipas de doble boquilla, dispuestas en la pared para quien quiera servirse y fumar de a dos mirandose dulcemente a los ojos. En un rinconcito de la sala, una caja de té guarda las hierbas –manzanilla y cedrón están entre las ofrecidas para consumo–.
Pasando al cuarto contiguo, hay una obra esdrújula que dispone en círculos varios pitos (silbatos) de madera. Hojas y hojas de bananera decoran el ambiente que transporta inmediatamente a una aldea Tupí.

“Utupya” es un elogio al Brasil real. Al Brasil caboco que intenta abrirse paso entre los matorrales de fierro. Un elogio a los indios Tupís, los primeros antropófagos que junto a los colonizadores fundaron el país. Un Brasil arrebatado del verde, que busca desesperado volver a su tribu y no puede disimular su desnudez apenas encubierta. Un Brasil que baila en todas las esquinas y, como dice uno de los pareos de playa serigrafiados por Opavivará!, vive el cuerpo como una fiesta. Un Brasil que devora.



                            
                    

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