¡viajamos por el universo!

Dani Lorenzo

activación afectiva: RN9 KM192, en autopista Rosario – Buenos Aires, lunes 12 de octubre

Otra vez una invitación por internet. Otro evento de un artista que intenta abrirse camino en el complejo mundo del arte.

Hace unos años transito espacios de formación para artistas que buscan contagiarse, aprender del otro, reflexionar sobre sus producciones y también un poco de legitimación. Siempre me pregunto a dónde iremos a parar los que no logremos estar en “el circuito”, ¿qué haremos de nuestra vida? Somos personas que invertimos muchísimo tiempo y dinero en pertenecer al mundo del arte sin ninguna certeza de futuro. Por lo pronto hacemos eventos, una proliferación infinita. Todos los días hay algo para hacer, una inauguración, un cierre, una charla, una visita guiada, una merienda y un sinfín de eventos impulsados por todas las excusas que podamos imaginar para encontrarnos. Son la puerta más próxima a abrir para entrar en el circuito. El evento es el opio de los artistas contemporáneos. Se vuelve imprescindible que haya grupos de personas en las muestras de los artistas ya que las obras solas parecen no bastar. Aunque, la mayoría de las veces, suele ser mejor percibir las obras con poca gente, o mejor aún, en soledad.

Pero esta invitación fue por mail, algo muy demodé. Era una invitación para un público restringido. El anfitrión: Francisco Vazquez Murillo, otro de los artistas contemporáneos enamorados de aquella caminata de Richard Long. Eso me interesaba.

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El correo de Fran me llegó con copia oculta. Comenzaba diciendo “Queridos todos” por lo que sabía que éramos más. Luego: “Les escribo para invitarlos el lunes 12 de octubre al kilómetro 192 de la autopista Rosario – Buenos Aires, para visitar el puente abandonado. El viaje consiste en visitar el puente a la caída del sol y generar un encuentro entre amigos artistas”.

Al llegar al lugar desde donde salía la trafik éramos entre 15 y 20 personas. Se armaron dos rondas de personas, había grupos. Estaban los compañeros de Fran de dos espacios de formación en los que participa este año en Buenos Aires. Ah! no me quiero olvidar, también estaba Roberto, el chofer. La obra relacional ya había comenzado.

Siempre pienso que la potencia de los espacios de formación “de postgrado” de los artistas reside en la capacidad de los jurados y aquellos que hacen la selección de formar un grupo que cuaje, o no. La potencia está en la mezcla, en decidir armar un grupo con personas que tal vez no se cruzarían o si lo hicieran no intercambiarían ni una palabra. Suelen formarse fuertes grupos entre estos seleccionados que, en el mejor de los casos, dan cuenta de la polifonía del mundo del arte. Aunque cada espacio de formación es bien distinto uno del otro y proponen perfiles diferentes de artistas, la diferencia no radica tanto en los talleres, clínicas, charlas, workshops y seminarios que se dictan en cada uno. Hay casos en los que los docentes son los mismos que un año dan un taller en el espacio de una fundación, al otro en una institución del Estado, luego en una universidad privada y al otro año en alguna galería que también se encomienda a la tarea de formar artistas. Entonces, en la compleja trama de gestos, medios y acciones de los que se compone cada espacio de formación para definir su perfil, el momento de selección de los artistas participantes se vuelve un factor central.

Partimos, ¡qué lindo viajar! A mitad de camino había una parada programada en una YPF, fuimos al baño y jugamos en un parque con subibajas y toboganes. Por momentos recordé las excursiones que hacía en la escuela primaria con mis compañeritos. Ahora, con unos dìas de distancia, otra comparación se hace presente. La acción de Masotta de 1966, “El helicóptero”, donde dos grupos de personas debían ir a diferentes puntos de la ciudad, uno a ver un happening y el otro a un baldío por el que pasaría un helicóptero con una actriz famosa. Nosotros íbamos al mismo lugar pero separados, ¿luego tendríamos un espacio de charla entre grupos como en “El helicóptero”? Aunque éramos de edades similares, con una preocupación estética común (a grandes rasgos) y de una clase social similar (también a grandes rasgos), viajamos como si no compartiéramos nada.

De pronto divisamos el puente. Una estructura de hormigón en el medio del camino. Francisco nos recibió a los saltos, feliz.

Sobre el puente no cambió la dinámica de dos grupos. Al parecer es lo que ofrece una propuesta de este tipo hoy: la polaridad. Grupos (definidos por un jurado de selección) que si bien eran similares en muchos de sus aspectos, no lograron desarticular su pertenencia “institucional”. Pensé que, al subir al puente, la situación excepcional de estar sobre esa estructura cambiaría las cosas, pero no. Por momentos nos olvidábamos de que estábamos sobre un puente en el medio de la ruta, las rondas cerradas de charlas eran las protagonistas, imágenes similares a las que se pueden ver en las puertas de galerías durante los eventos de inauguración.

Fran -en un texto anterior a la acción- propone una relación dialéctica entre la estructura y aquel que se atreva a recorrerla, donde no solo el puente es atravesado por la persona que lo experimenta sino que el valiente expedicionario ya no volverá a ser el mismo. Esta idea es muy linda pero lamentablemente los grupos nos hicieron inmunes durante un tiempo a la dialéctica del puente.

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Finalmente llegó un tercer grupo, otro espacio de formación en el que participa Fran. Una residencia organizada por un colectivo de Rosario. El grupo de personas que llegó en varios autos desde el otro lado tenía una composición diferente, artistas de diversos puntos del país: rosarinos, platenses, porteños, tucumanos y cordobeses. No termino de entender por qué, pero este grupo desarmó los otros dos. El puente también cambió, el sol comenzó a caer, el cielo se pintó de colores, había una nube en forma de lengua de sapo que dibujaba una S que cambió de colores cien veces en un minuto. De repente estábamos bajo el efecto del opio, pero no en su faceta adormecedora, sino con todos los sentidos abiertos y dispuestos a dejarnos llevar y sentir por un evento que nos devolvió la forma de mirar y descifrar el horizonte. La estructura nos sorprendió, nos encontró desprevenidos y nos atravesó. Solita, la masa de hormigón nos llevó a todos hacia uno de sus extremos para que estuviésemos lo más cerca posible del sol. Por un instante se volvió una nave, no sé si se despegó de la Tierra pero poco importó lo que pasaba debajo del puente. ¡Viajamos por el universo!

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Por último, ahora yo dejo una invitación. En las noches, por unos pocos minutos al día, puede verse la estación espacial internacional a simple vista. Una estructura puente que se mueve a 27.743 km/h y pesa unos 450.000 kg (un tercio de los 1.400.000 kg de hormigón que forman el puente del kilómetro 192, según cálculos de Fran). En la estación viajan grupos de astronautas y científicos de diferentes partes del mundo que desarrollan sus investigaciones y proyectan nuevas formas de estar en el mundo y, por supuesto, en el espacio. Para aquellos que quieran verla, dejo el enlace al sitio oficial en el cual se puede seleccionar el lugar del planeta en donde estén y ver las instrucciones para avistarla. También pueden dejar un mail (otra vez este medio demodé para invitar) para que el sistema les avise cuando va a pasar por arriba de sus cabezas. http://spotthestation.nasa.gov/sightings/index.cfm#.VjOWmbcrJpg

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