dulce y melancólico

Estefania Santiago

Estefanía Santiago vive en Madrid desde hace ya un par de años y las canciones son sus puentes. Días atrás recibió unos alfajores caseros que otra migrante argentina le hizo llegar como abrazo. Ella vuelve una y otra vez a su playlist de artistas sudacas para desmembrar algo y contarnos el día a día de la cuarentena desde algún lugar de la capital española.

Desmembré un poema, donde habita una playlist

Desmembré un poema, como se desmembra un cuerpo: un brazo, una pierna, el torso, la cabeza. Nunca ha habido tantos días consecutivos donde observar nuestro propio cuerpo, escucharlo o ignorarlo completamente. El cuerpo como primer espacio habitado, que nos pertenece (o al menos eso creemos). Lo más próximo en tiempos de confinamiento, y lo mas lejano en cuanto aquellos espacios habitados cuerpos con los que nos vinculamos desde lo afectivo, que forman parte de nuestra cotidianeidad y de esa realidad otra, que existió antes del 16 de marzo. Después de esa fecha, pandemia por contagio masivo del virus covid-19. Aislamientos de gestos, control de cuerpos, cierre de fronteras, cuidados colectivos, dudas de estar frente a una ficción, ¿cuidados colectivos? Se hace preciso repensar el cotidiano. 

Desmembré un poema para poder escribir un texto sobre lo que pasó, lo que pasa, lo que nos pasa. Las ideas están desordenadas, se mezclan con recuerdos, textos que leí, con la propia fragilidad humana de estar tan con unx mismx. Por momentos es un hastío insoportable. Hay fantasmas que vuelven a morder la tierra, hay decisiones tomadas que se reafirman, hay otras que no tanto. Lo que nos da terror nos define mejor.

El estado-nación ahora en “estado de emergencia” nos habla desde un discurso bélico. Estamos en una “guerra”, nosotrxs somos lxs soldadxs que unidxs debemos “matar” – “ganarle” al enemigo “invisible”, desde nuestras trincheras, nuestras casas. Dios también es invisible. Nunca me sentí tan migrante, tan poco perteneciente a esta manera de entender el mundo. 

Esta situación impensada agrieta aún más el presente de todas las ¿clases? de mundo: Virus = Crisis. Pero, ¿no era oportunidad? 

Colonialismo, esclavitud, desigualdad, precariedad, la rueda que alimenta a unxs pocos paró de girar. Quizás ahora haya que aprovechar el golpe en seco de la vida tal y como la conocíamos, para ¿reinventarnos? Posiblemente no tengamos las palabras necesarias para nombrar lo que vendrá. Posiblemente tengamos que inventar primero las palabras.

Confinamiento. Confín. Fin. Fina. Miento.

Pero despedacé un poema, o varios. En esto que va de la cuarentena, la primavera llegó como un día más. Todas las revoluciones se dan en primavera, dice L., mientras anuncian quince días más de aislamiento. Observo los limones que trajo S. a casa, entre tantas verduras y comidas, previo al cierre de su trabajo. 

Nueve días después, al limón le salió moho. Penicillium digitatum, moho verde, o  Penicillium italicum, moho azul. Dice un artículo que ninguno de dichos patógenos puede atacar a la fruta si no tiene heridas en su superficie. El virus, sin embargo, nos ataca si tenemos las defensas bajas, un sistema inmune que tenemos, que también es invisible. Alexander Fleming descubrió en 1928 que este hongo alejaba algunas bacterias. Sin embargo, su uso dentro de las ciencias médicas como penicilina sería probado por primera vez en 1940, a comienzos de la segunda guerra mundial, por un grupo de investigadores de la universidad de Oxford. El caso: un policía que se arañó la cara con una rosa, aunque tiene más sentido que lo haya hecho con las espinas de una rosa. Una de las versiones poéticas del asunto. El paciente Albert Alexander murió de una infección, a pesar de la experimentación con este tratamiento. Sin embargo, a partir de aquí se dio inicio al primer antibiótico, que posteriormente fue utilizado ampliamente en medicina para enfermedades respiratorias como faringitis, amigdalitis, bronquitis o neumonía. Pero una cosa son las bacterias y otra cosa son los virus.

antibiótico. infección. policía. segunda guerra mundial. Revolución.

Tres semanas después, el limón sigue ahí, como calendario de los días, como materia de la ciencia, de la vida, de la enfermedad. De los mates de té que cada invierno tomaba con las gurisas, en el litoral argentino, donde todavía no hay covid-19. De los campos de cítricos y el verano, del limonero de todo el año de mi abuela Ñata. ¿En qué momento pasaron todos estos años? El limón me recuerda que el movimiento más sutil de cercanía se perpetua en la memoria. Eterno y fugaz.

Esta memoria plagada de imágenes y de imaginarios. Imaginarios que buscan delinear un posible futuro donde hoy todo se ve como desenfocado. Donde no hay nada y todo a la vez. Quizás nunca vimos con tanta claridad la posibilidad de reinventarnos ante ¿el final? de un sistema capitalista, y no al mismo tiempo. Necesitamos otras palabras.

Recuerdo el primer seminario de práctica y pensamiento en Escuela Sur, Cuesta imaginar: ¿Es posible? Esa pregunta ahora se resignifica cientos de veces. Corro a buscar en el cuaderno de apuntes, como quien busca la clave para comprender este presente, que en ese momento no imaginábamos. Una cita subrayada con un círculo de lapicera y remarcada en amarillo dice: Siempre necesitamos un espejo para saber lo que nos ha pasado. Necesitamos relatos. ¿Cuáles son nuestros espejos ahora mismo? ¿Cuál es el relato posible que puedo, podemos, balbucear desde este lugar de privilegio, en el cual transitamos este estado de alarma?

Fragmenté un po – e – ma. Pienso que quizás no me detendría en este detalle si no estuviese situada en España. Día 17 de la cuarentena, me encuentro con un blog que hace esta observación: la franja de edad más afectada por el covid-19, tanto en Italia como en España, es la que va de los 80 a los 90 años. Una generación entera que vivió su niñez entre la guerra y la posguerra. El avión militar que pasa desde que comenzó el estado de alarma, todos los días a las 13hs, que se escucha y no se ve, también me hace pensar en la guerra. A ese contexto dentro del cual se creó la penicilina, donde un policía murió rasguñado por una rosa, donde toda una niñez fue atravesaba por la caída de grandes relatos y sobrevivía, o no, a una posguerra. El enemigo era visible y no a la vez. A la semana siguiente, el avión militar pasó el viernes a las 12:47hs, el fin de semana no pasó. El lunes 30 de marzo pasó a las 12:55hs. El jueves 2 de abril pasó a las 10:45hs. El lunes 6 de abril el avión vuelve a pasar, esta vez a las 13:20hs. S. me dice que suena más a un helicóptero, I. me manda un mensaje y me afirma que lo ha escuchado otra vez. L. me dice que los escucha a la noche. La cotidianeidad va creando pequeñas obsesiones como refugios, y otras eventualidades, como los aplausos a lxs médicxs a las 20hs en comunidad, esa que antes era imaginaria y ahora tiene cuerpo. Este tremendo experimento nos vuelve espías y espiadxs de manera invisible. ¿Quién es más invisible ahora? 

infección. policía. segunda guerra mundial. La revolución ya no llega.

Rompí un poema. El estado de emergencia se vuelve a alargar. En principio cumpliremos un mes y medio. El cuerpo se entumece, quizás los espejos son las propias vivencia que hasta hoy no tuvimos tiempo de procesar, por el tiempo que corre, unx corre como la rueda que gira, y hay que llegar, ¿a dónde había que llegar? Quizás en esas vivencias encontremos las palabras. 

B., desde Argentina, me dijo que la estabilidad ahora suena casi ilusoria. ¿Alguna vez no fue ilusoria? El movimiento más sutil de cercanía, que siempre llevo conmigo, se reinventa en la memoria.

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