destejer la ficción de lo femenino

Ana Carolina Arias

Ana Carolina Arias recorre la muestra Ilustres desconocidas en el Museo Provincial de Bellas Artes “Emilio Pettoruti” y se pregunta cómo dar cuenta de un sujeto que fue “desconocido” por los relatos canónicos sin caer en un esencialismo sobre lo que la sociedad define como femenino.

A unos pocos días del 8 de marzo, día Internacional de la Mujer, día de lucha que cada año moviliza más al mundo; se inauguró en el Museo Provincial de Bellas Artes “Emilio Pettoruti” (La Plata) una muestra singular. Ilustres desconocidas trae a la sala central del museo las obras de treinta mujeres, conservadas en el patrimonio del Museo y pertenecientes a las primeras décadas de su existencia. La muestra nos recibe con una pregunta inicial: ¿Por qué hacer una exposición de artistas mujeres? Y por qué no, responden las curadoras.

La primera impresión de la muestra es, quizás, la más esperada. ¡Cuántas mujeres desconocidas en la historia del museo! Lo segundo que me inspira es a la reflexión, y las preguntas empiezan a brotar entre los cuadros.

Hace ya tres décadas que la historia de las mujeres, tanto a nivel internacional como nacional, viene consolidando una huella cada vez más fuerte, generando nuevas preguntas y discusiones. Mujeres ¿cuáles?, ¿en qué contextos?, ¿de qué clase, etnia, religión?, ¿en qué proporción? Los estudios más recientes han puesto el foco en el detalle de lo cotidiano, las actividades del día a día, el trabajo, el hogar. Ciertos estereotipos y roles asignados a lo femenino se van relativizando; lo público y lo privado se muestran como esferas que se mezclan, que muestran su porosidad a medida que aumentan los relatos sobre las mujeres del pasado, y también del presente.

La muestra nos invita a recorrer distintos momentos de la colección, con una selección que incluye algunas obras masculinas; poniendo el foco en las mujeres como artistas, gestoras y productoras, y como tema mismo de las obras. Las mujeres, sus cuerpos, sus miradas, me llaman la atención enseguida. Me encuentro también con naturalezas muertas y también algunos registros más oníricos.

Si bien no soy experta en historia del arte, puedo notar la diversidad de temas y de estilos. Inevitablemente pienso en las personas detrás de esos trabajos. El hilo que las une es que son artistas y que son “mujeres”. La idea de mujer como ficción reguladora del cuerpo y de la subjetividad, sin duda podría servir como argumento para poner en cuestión esta selección de obras. Sin embargo, es claro que los relatos históricos y presentes sobre el arte han dejado de lado a ciertos sujetos. Aquí se formula un dilema que está presente en todas las reconstrucciones históricas sobre las “mujeres”: ¿cómo dar cuenta de un sujeto que fue “desconocido” por los relatos canónicos sin caer en un esencialismo sobre lo que la sociedad define como femenino?

Para salir de esta trampa, quizás, un camino posible sea aquél que recupere la subjetividad: ¿qué sentirían sobre el arte, sobre la vida, las mujeres de la muestra, las mujeres en distintos momentos sociales? En la exposición, al lado de cada obra y en el catálogo, algunas de estas desconocidas tienen un esbozo de biografía junto a su nombre: nacionalidad, estudios, muestras, concursos, maestros. Lo subjetivo, lo personal, es lo más difícil de rastrear y de reconstruir. Otro problema en común con la historia de las mujeres. En tanto sujetos menos reconocidos (relativamente) en sus propias vidas, sus voces han sido poco registradas. Lo que tenemos es un currículum formal, una reseña de algún artista o escritor, una mención en alguna noticia. Lo que tenemos también son muchas obras, fotos, registros institucionales, que muestran que sí hubo mujeres artistas (y que no son pocas ni excepcionales), que expusieron, que dieron clases y también las tomaron, que viajaron, que gestionar espacios culturales, clubes, sociedades…

Pensarlas como mujeres especiales, únicas o “pioneras” puede conducir a un camino sin salida, que comienza con un nombre y termina con sus “logros”. Entre líneas, se podrían aventurar algunas pistas para diversificar este camino, para complejizar el relato sobre un conjunto de artistas que han sido unidas arbitrariamente, pero que vistas de cerca abren ventanas y puertas a distintos espacios sociales y simbólicos. Entre otras cosas, podría pensarse sobre las diferencias de clase: algunas de estas mujeres viajaban y eran patrocinadas por el Estado y quizás por sus familias, otras trabajaron dando clases, quizás para lograr un sostén económico a través del arte. También encontramos que algunas accedieron a espacios de sociabilidad, especialmente gracias a sus vínculos familiares, que facilitaron su ingreso a espacios prestigiosos del arte de su época, como es el caso de Lía Correa Morales. Y se puede seguir deshilando… ¿los maestros eran siempre hombres?, ¿accedían las mujeres a puestos jerárquicos en la enseñanza del arte?, ¿y en las instituciones? Tenemos el caso fascinante de Ernestina Rivademar, primera directora del Museo Provincial de Bellas Artes, premiada, organizadora, “pionera” en la cinematografía, una dama activa en la vida social y cultural de La Plata… y qué más sabemos de ella, poco. Más importante aún: ¿qué nos puede decir su vida de lo que sucedía en el arte en las primeras décadas del siglo XX en la ciudad?

Para cerrar, vuelvo al comienzo: ¿Por qué hacer una exposición de artistas mujeres? Porque hay una decisión desde la gestión del museo, de un conjunto de personas, que así lo desea. Porque es un asunto pendiente (mejor tarde que nunca). ¿Qué hilo une a estas mujeres? Esa decisión del presente de seleccionarlas, montarlas sobre la pared, buscar sobre sus vidas, tratar de entenderlas. También, cierta ficción sobre lo femenino que aún necesita ser discutida y repensada en el presente. La pregunta que resta formular es para qué. Esta reseña busca una posible respuesta al para qué poner el foco en las mujeres, en las mujeres artistas, en las mujeres en la historia. Sin duda, ha servido para generar nuevas preguntas y búsquedas, para continuar destejiendo los relatos canónicos –heteropatriarcales– sobre nosotras y sobre nuestras sociedades. También, para poner en evidencia, como dicen las curadoras, el trabajo que resta por hacer.



                            
                    

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